El día en que la mujer blanca subió al Kaga Tondo
Venía de coger agua cuando he visto cerca de nuestra cabaña una extraña choza de colores. La algarabía de los niños me ha advertido de la presencia de hombres blancos en la aldea.
Estaba ya un tanto acostumbrada a su presencia. Eran grandes, fuertes, vestidos de colores tan llamativos como las túnicas que llevan las ricas songhays los días de mercado en Mopti.
Durante días desaparecían y contaban al regresar que habían llegado a las cumbres de las montañas sagradas. Pero ni yo, ni nadie en la aldea les creíamos. Hasta la cumbre del Kaga Tondo, la más alta, la más escarpada de las montañas de Hombori, decían los viejos que sólo había llegado, hacía mucho tiempo, un guerrero songhay y allí había dejado una vasija de barro para que bebieran agua los dioses.
Sin embargo, esta vez los chicos de la aldea estaban más sorprendidos que en otras ocasiones: ¡Había una mujer blanca en la choza de colores!
Me he acercado a ella. Tenía el pelo claro y la piel también. Y me ha gustado que sonriera, que sonriera mucho. Se llama Miriam y el hombre que le acompaña Jesús. Ellos también dicen que han venido desde sus lejanas tierras hasta Mali, hasta Hombori, a subir a las montañas sagradas. Pero yo y todos sabíamos que nadie podía subir a las casas de los dioses y menos una mujer.
Estaba encendiendo el fuego, antes de salir el sol, cuando les he visto marcharse cargados de cintas de colores y hierros que hacían ruido de campanillas. Al atardecer, cuando recogía leña para el día siguiente, han regresado con sus cintas colgantes y los hierros chillones. Han señalado a la aguja del Wanderlo, asegurando que había estado arriba. He sonreído. Todo el mundo en la aldea sabe que sólo los buitres y los marabúes pueden llegar hasta allí.
A la luz de la hoguera, Miriam, la mujer blanca, me ha dicho por qué vienen desde tan lejos: les gusta viajar y subir montañas. No le he entendido. Nosotros, los peules, también somos viajeros. Vamos hacia donde nuestro ganado pueda encontrar pasto para comer, pero ¿para qué subir a las montañas? La mujer blanca vive en una ciudad grande y en su tierra las montañas son verdes, pero en invierno dice que algunas se ponen blancas. Tampoco le he entendido esto, pero se lo he dicho a mis hijos y se han reído mucho.
Me extraña que no tenga hijos. Ella se extraña de que yo tenga ya tres.
Un país de color arena
Se han marchado también esta mañana camino de Garmi. Yo les he visto alejarse mientras molturaba el mijo para hacer harina. Han vuelto cansados, con sus pieles blancas enrojecidas por el sol. Como todos los extranjeros, no pueden con el calor y también como todos ellos cuentan que suben a lo alto de las montañas. Hoy dicen que han visto la aldea desde lo alto del Wangel Deblidu.
A Miriam, la mujer blanca, le gusta mucho nuestra tierra. Me lee lo que ha escrito en su cuaderno: “Malí tiene forma de baobab y es del color de la arena, de bronce y nácar, según el sol. Malí tiene un sol africano grande, redondo y muy naranja...”.
A la claridad de la noche le he contado que en nuestra lengua “tondo” quiere decir montaña y que “lamu” significa cumbre. Ha sido entonces cuando Miriam y Jesús me han confiado que mañana quieren subir al Kaga Tondo, la más alta, la más sagrada de las montañas de Hombori. He sonreído. La luna estaba alta cuando se han metido en su choza de colores. “Yanjili”. Buenas noches.
Durmiendo con la luna
El sol no había llegado todavía a la aldea cuando los dos blancos han ido a buscarlo hacia las montañas. Llevaban más cintas, cuerdas y hierros que nunca, pero ni “dati”, el papión, podría trepar por aquellas paredes. Sólo el guerrero songhay lo había logrado, según contaban los viejos.
A la noche nadie ha vuelto a la choza de colores. En la cima del Kaga Tondo se partía la luna. ¿Estarían la mujer y el hombre blancos mirando a la luna desde allá arriba? ¿Irían a dormir junto a los halcones, los milanos y los espíritus?
Casi había acabado de ordeñar el ganado cuando, tras las ubres de la vaca, les he visto que volvían. Venían muy cansados, pero con una sonrisa grande, la más grande que he visto nunca a los blancos. Por su mirada, esta vez sabía que decían la verdad, que habían logrado subir hasta la más sagrada de las montañas de Hombori. Lo sabía incluso antes de que la mujer blanca me dijera que allá arriba había encontrado una vieja vasija de barro...
Han desmontado los blancos su choza de colores. Se van. Nosotros también nos iremos pronto de Hombori hacia el sur, hacia el Níger. Antes de partir le he preguntado a Miriam por qué una mujer escala montañas en lugar de preparar el fuego, traer agua y tener hijos. No me ha dicho nada. Ha sonreído, me ha dado un beso y se ha marchado por el camino de Bankass hacia el país de los dogones.
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Miriam García Pascualen Oroimenez
EGIN - 1990eko martxoa - A. Iturriza
EGIN - Marzo de 1990 - A. Iturriza