EN EL SINAÍ - Andrés Espinosa
En 1930 encontramos a Andrés Espinosa navegando por el Mar Rojo a bordo del Talodi, un buque semicarguero, camino de la península de Sinaí. Desde la cubierta contempla la línea de montañas que él define como los Alpes de Arabia. ¿Qué nuevo sueño de aventura le ha llevado al vizcaíno hasta las orillas del desierto bíblico?
Un monje ortodoxo, que le acoge en el convento de Tor, el puerto del suroeste de la península del Sinaí en el que ha desembarcado, se queda atónito al escucharle: “¿Quiere atravesar solo el desierto hasta el convento de Santa Catalina?”, exclama el fraile, escenificando los mismos gestos de escepticismo a los que Espinosa está tan habituado.
A la madrugada siguiente, el mismo monje será el que le despida con la mejor de sus bendiciones en la puerta del convento. “El fraile ha abierto el portón que da al desierto y el ruido del gozne y de la cerraja han sido los últimos en desearme un buen viaje. Todo duerme; solo el movimiento de las olas del mar y el viento restan majestad a este señorial silencio. Con la mochila en la espalda y en la diestra una ligera caña india, empiezo a caminar por el desierto de Kaah”.
Allí está, frente a la inmensidad laberíntica de arenas y rocas que forma el Sinaí. Camina durante horas, durante días, sin rumbo. Perdido entre las dunas, huérfano de cualquier referencia en la que apoyar su andadura, reflexiona con humildad, poniendo de manifiesto su espíritu religioso: “Hay que desengañarse que el hombre, a pesar de su ciencia, no es nada ante los grandes inconvenientes. Me molesto cuando escucho las fantochadas de algunos: “Vencí tal precipicio, aplasté el orgullo de aquella montaña, domine tal dificultad...”.
“Me asqueo cuando me dicen: “¡Qué valiente, Espinosa! Has triunfado sobre la montaña, sobre la selva, sobre los hielos…”.
Cómo hacerles comprender que ya estaría bajo tierra si no hubiera contado con la ayuda de la Divina Providencia”.
EN LA MONTAÑA DE MOISÉS
Al cuarto día de deambular entre arenales, y montañas, sobreviviendo con los higos que va encontrando en pequeños oasis, escucha unas voces; mira a lo lejos y observa la figura estirada de un beduino que se le acerca. ¡Está salvado!
Instantes después se encuentra sentado en su tienda, tomando café y comiendo carne con una torta hecha de harina.
El beduino le pide dinero por guiarle hasta Santa Catalina. Veinte piastras. No es demasiado.
Espinosa se resiste, pero comprende que es su única alternativa para no morir de sed perdido en el desierto.
A la mañana siguiente parten los dos hacia la montaña de Moisés. “Es ya mediodía cuando, al remontar un altozano, Yebelik me grita: “¡Yebel Musa!”, señalando a la cumbre que se divisa en el horizonte. Mi acompañante se arrodilla respetuoso. Miro a la montaña sagrada y su contemplación me trae una sensación que ya conocía anteriormente, aunque fuese en sueños; placidez e intimidad; más que un impacto, ha sido una impresión serena”.
Horas más tarde, Espinosa penetra entre puertas y cancelas en el legendario convento de Santa Catalina, al pie mismo de la montaña bíblica. Es el 17 de Agosto de 1930. A la mañana siguiente el aventurero vasco se prepara para culminar su alucinante peregrinaje.
“Uno de los frailes me ayuda preparar los últimos detalles; me entrega pan y queso y me acompaña a salir del convento”.
Ante él está la cumbre que ha venido a buscar desde tierras lejanas, por la que ha atravesado el desierto en solitario. Se aproxima a sus roquedos, localiza el camino de los peregrinos y comienza la ascensión con recogimiento como si en la cumbre le aguardara el mismísimo Dios.
“Al fin, tras tantos pensamientos, luchas y desgaste de voluntad me encuentro aquí arriba, en lo más alto del Sinaí, en la sagrada montaña en la que el Altísimo entregó a Moisés las Tablas de la Ley”. Una vez más, ha superado todos los obstáculos y ha alcanzado su objetivo.
HACIA EL ÁFRICA ECUATORIAL
Durante dos jornadas convive con los monjes de Santa Catalina en una experiencia que define como “un viaje a la Edad Media”. Luego inicia el regreso a Tor. Desde el puerto del Mar Rojo escribe a su amigo Manuel de la Sota, contándole sus peripecias: “Ir solo al Sinaí, sin haber estado antes es tan difícil, que puede decirse mejor que es imposible. Me perdí porque tenía que perderme. Pero salí bien porque, afortunadamente, llevo el santo de cara”.
Ya en el final de la carta Espinosa confía a su amigo su próximo objetivo: “La primera etapa está ya hecha; ahora me falta la más importante: ir al corazón del África montañosa y ver de tocar y escalar alguno de aquellos colosos. Mañana embarcaré para Suez, luego tomaré la ruta del trópico. Veré si me acompaña la suerte”.
Espinosa posdata su escrito con una reflexión íntima: “Solo, loco, libre, tres hermosas palabras. Solo, loco y libre por el mundo adelante, que es muy grande”.
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Fotografías: Archivo Antxon Bandrés
Autor: Antxon Iturriza
«Historia testimonial del Montañismo Vasco» Publicado por Pyrenaica
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