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Cho Oyu. La hora de las mujeres

Cho Oyu. La hora de las mujeres

Cinco días después de su descenso al campo base, Fernández y Eguillor ingresaban en la habitación 333 del Hospital Clínico de Zaragoza afectados de importantes congelaciones. Había sido una evacuación sorprendentemente rápida en helicópteros y aviones, pero no habían llegado los primeros a la capital aragonesa. En la misma planta tercera, bajo los cuidados del doctor Ricardo Arregi estaban ingresadas otras dos víctimas de los fríos del Himalaya. Al otro lado del pasillo, en la 319, la navarra Pili Ganuza y la guipuzcoana Amaia Aranzabal asumían desde hacía varios días el tránsito brutal entre dos espacios blancos diametralmente diferentes: el de los glaciares del Cho Oyu y el de las paredes del hospital. 


Para entonces, los pasillos de la planta tercera se habían convertido en una permanente sala de prensa. Periodistas de todos los medios informativos vascos peregrinaban a Zaragoza, en un despliegue sin precedentes desde el ascenso de Zabaleta.  


Atendiendo con paciencia a los requerimientos de los informadores, las dos mujeres compartían ahora la claustrofobia hospitalaria, de la misma forma que quince días antes habían sido partícipes de momentos de plenitud en la cumbre del Cho Oyu.


Hasta ese momento, ninguna mujer vasca había alcanzado una cumbre de ocho mil metros. Y, como si el destino hubiera querido también en este caso preparar una cita con la historia, en el plazo de tres días las dos escaladoras habían logrado lo que podía haber sido una realidad muchos años antes y no fue. 


Podía haber sido ya en 1979, cuando la propia Pili Ganuza y Trini Cornellana tomaron parte en la expedición navarra que alcanzó la cima del Dhaulagiri o cuando Pili lo volvió a intentar en 1989 en el Gasherbrum II. Amaia Aranzabal, su compañera de cumbre y de habitación de hospital también había estado con anterioridad involucrada en proyectos ochomilistas. En 1988, participó en la expedición de Azpeitia que coronó el Yalung Kang y en 1991 se había convertido en la primera mujer vasca en alcanzar el Collado Sur del Everest, en la misma frontera de los ocho mil metros. 


Había habido otras aproximaciones femeninas, también con el mismo resultado negativo. En 1986, la guipuzcoana Belén Eguskiza intentó el ascenso al Gasherbrum II y en 1991 al Shisha Pangma central. Un año antes, la vizcaína Matilde Otaduy tomó parte en una expedición al K2, al igual que la azpeitiarra Maije Larrañaga en otra intentona al Shisha Pangma central el otoño del 91.


Tenía que ser en el Cho Oyu. La misma montaña en la que en 1959, una pionera la francesa Claude Kogan había puesto en marcha la primera expedición femenina de la historia muriendo en el intento, en la que las mujeres vascas dieran sus primeros pasos por encima de los ocho mil metros. 


Aparentemente, todo había ido bien para Amaia aquel 17 de septiembre de 1992 cuando había alcanzado la cumbre junto a su compañero, Josu Bereziartua. “Hacia Nepal, la vista se pierde entre montañas; hacia el Tibet, en cambio, se extiende una llanura reseca. Durante media hora, acurrucados para protegernos del viento, aguardamos la llegada de Joxe Urbieta. Viendo que no venía, decidimos iniciar el regreso. Hacía mucho frío”. 


Sin dificultades reseñables habían descendido ambos hasta la tienda del campo III. “Cuando Josu me ayudó a quitarme las botas, no me gustó la expresión que vi en sus ojos. Tenía los pies congelados. Ya no había remedio. El mal estaba hecho”.


En el camino de regreso al campo base, Amaia se había cruzado con Pili y sus compañeros de expedición que iban hacia arriba. Tres días más tarde,  la veterana montañera navarra también conseguía llegar a lo más alto de la planicie cimera del Cho Oyu. 


Como si de dos historias paralelas se tratara, las angustias de Pili comenzarían al arribar al campamento inferior. En un instante, toda la luminosidad del Himalaya, que le había entrado a raudales por los ojos, se convirtió en oscuridad total. El olvido de las gafas de protección le provocó una oftalmia que le había dejado momentáneamente ciega. 


En medio de la angustia de la noche sobrevenida, en su memoria permanecería grabada para siempre la visión casi irreal de montañas y valles que pudo contemplar desde la cumbre.  Habían sido unos instantes que compensaban todos los esfuerzos realizados para llegar hasta allí y los padecimientos que le aguardaban. “Unos pocos minutos que tienen la felicidad de toda una vida”. 


Tres días después, Pili Ganuza recobró la visión, pero las congelaciones que también ella padecía iban a ser más largas de curar.


El destino seguía escribiendo las dos historias con los mismos argumentos.  


Cinco días después, las dos primeras ochomilistas vascas emprendían en un helicóptero el tránsito hacia el hospital de Zaragoza. “Bajo nosotras todo pasaba demasiado rápido para nuestro gusto. Nos alejábamos del lugar que durante tantos días había sido nuestra casa. Atrás quedaban el Nangpa-la y el Kangchung. Sin otra alternativa habíamos emprendido el regreso  y ahora seguíamos con la vista el camino que un mes antes habíamos recorrido a pie”.


Un año más tarde, otra mujer vasca volvió al Cho Oyu. Era la vizcaína Yolanda Martín. La racha no tuvo continuidad. Tendría que transcurrir casi una década para que otra fémina retomara la senda que ellas habían abierto.   


 


 


Fotografías: Archivo P. Ganuza y Archivo J. Bereziartua
Autor: Antxon Iturriza
«Historia testimonial del Montañismo Vasco» Publicado por Pyrenaica
Más info: www.pyrenaica.com/publicaciones


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