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Achuraju. Estrellas desconocidas

Achuraju. Estrellas desconocidas

Cuando tres días más tarde de su llegada a Huaraz, Rosen y Kirch, ya repuestos de sus afecciones, regresan al campo base, lo van a encontrar vacío. Sus compañeros están subidos en el campo I, a 4930 metros, a la espera de que oscurezca para iniciar la ascensión al Uchuraju, la menor y más asequible de las cumbres del cordal del Cóndor.


A las seis de la tarde Lusarreta, Landa y Saéz de Olazagoitia parten hacia las alturas. “Debíamos aguardar al anochecer para que el frío nocturno consolidase el hielo y evitar así las avalanchas que durante el día barren todas las vertientes de esta montaña”, escribía Feliú en su diario. 


Cruzan por primera vez para todos ellos la frontera invisible de los cinco mil metros. La montaña es ahora más mágica y sugestiva que nunca. Miles de estrellas desconocidas reverberan en el cielo acristalado por el hielo y hasta el cuerno invertido de la luna les confirma que se encuentran en una dimensión diferente. “El primer tramo es un pequeño corredor de 60 grados de inclinación, hasta llegar a una meseta glaciar muy agrietada, desde la que se accedía a otro corredor de avalanchas que parecía el punto más vulnerable para llegar a la cima”.


La temperatura baja hasta marcar 17º C bajo cero a medida que los cuatro montañeros ascienden por la noche. El frío se transmite también a los tonos de la montaña: azules marinos y añiles marcan su territorio en las aristas, ante el cárdeno perlado de los campos de nieve.


Están a poco más de un centenar de metros de la cumbre. Pero una grieta les cierra el paso.



  • Es demasiado ancha. No podemos salvarla. Hay que buscar un paso si queremos continuar.

  • Mira hacia la izquierda para ver si encuentras un puente de nieve.


Los frases de los diálogos parecen quedar suspendidas en el vacío de la noche mientras recorren la cicatriz de hielo buscando una salida hacia las alturas.



  • ¡Eh! Aquí hay un puente que puede aguantar- Advierte uno de ellos.


Las respiraciones agobiadas por la altitud se contienen al poner el pie sobre el frágil pasadizo. El frío de la noche ha consolidado el hielo y quizás pueda soportar el peso de los cuatro montañeros. Uno, luego otro y otro más...El puente aguanta....


“Cruzamos a la vertiente opuesta de la montaña y por una ladera de mucha inclinación, con nieve en malas condiciones, a pesar del frío de la noche, llegamos a la cima del Uchuraju”.


Es la medianoche del 18 de junio. Landa, Lusarreta y Sáez de Olazagoitia están proyectando sus sombras humanas sobre la nieve nunca pisada de la montaña. Los altímetros marcan 5460 metros.


El descenso es rápido. Los rápeles se suceden entre los claroscuros de la luz de luna. Son pasadas las cuatro de la madrugada cuando regresan al cobijo de la tienda gris del campo I. Se dejan caer rendidos en el interior. Quienes habían aprendido a ser pireneistas y después alpinistas ya pueden decir ahora que también son andinistas.


 


Ayucuraju. Entre el hielo y la selva


Las vicisitudes de la expedición van conociéndose en Euskal Herria con un notable retraso. A pesar de la diaria conexión entre los radioaficionados Joaquín Alonso, en Lima, y Juan Repiso, en Donostia, las noticias quedan estancadas durante días en el tránsito entre el campo base y la capital peruana. Hasta el 30 de junio, doce días después de haberse producido, los periódicos vascos no reflejarán el ascenso al Achuraju: “Primer gran éxito de la expedición vasco-navarra”,  titula La Gaceta del Norte. Por primera vez, las andanzas de unos montañeros vascos se esta convirtiendo en un evento que trasciende a toda la amplitud de la sociedad. 


Han pasado otros tres días y la misma tienda gris del campo I vuelve a estar habitada: Landa, Rosen, Kirch y Olazagoitia preparan cuerdas, estacas, piolets y crampones para abordar la escalada del Ayucuraju, el pico central del cordal del Cóndor. “A la luz de las estrellas comenzamos la ascensión. Subíamos por pendientes plateadas al baño de luna y de vez en cuando entrábamos en la sombra que producía algún inoportuno serac.  Aunque el frío era intenso, el equipo respondía bien. Nos encontrábamos seguros en la noche, sin aquel calor asfixiante que soportábamos durante el día”.


La tregua de oscuridad se les va a quedar corta para completar su objetivo. “El alba nos sorprendió lejos de la cumbre y metidos en una fuerte dificultad, sin que le viéramos salida posible”.


Se tienen que bajar, huir de la luz como murciélagos; deben abandonar la montaña antes de que el sol comience a desencadenar avalanchas y convierta aquellos corredores en un terreno bombardeado. Ya volverán.


Y vuelven. Los mismos protagonistas, a excepción de Olazagoitia, apoyados en las cuerdas fijas colocadas en el intento anterior, se sitúan al pie de una gran placa de hielo. “Tuvimos suerte al encontrar esta plancha con la mejor nieve que hasta entonces habíamos pisado en los Andes. De no haber sido así, nunca hubiéramos podido superar el Ayucuraju”.


Peleando con el muro helado les volverá a sorprender el temido amanecer. “Rápidamente hubimos de resolver la gran incógnita que se nos presentaba: seguir en pleno día y vernos a la vuelta expuestos a los aludes o retirarnos de inmediato y arriesgarnos a que en un intento posterior no encontrásemos la plancha helada en buenas condiciones. Naturalmente, optamos por lo más absurdo: seguir”.


Salen por fin a una vertiente que los vientos cálidos de la selva han convertido en una pala de inestabilidad extrema. “Ni el maravilloso contraste entre las bellas montañas de la Cordillera Blanca a un lado y el exuberante verdor de la selva amazónica al otro, podían sacarnos de la tensión nerviosa en que nos encontrábamos. Un simple resbalón de uno de nosotros precipitaría a los otros tres hasta el fondo del valle, muy cerca del río Acayali, afluente del Amazonas, el cual veíamos a nuestros pies serpenteando perezosamente”.


Cada paso que hunden en la nieve hueca puede terminar tres mil metros más abajo. Pero nada ocurre. A las nueve de la mañana del 30 de junio, Rosen, Kirch, Landa y Lusarreta, que unos días antes ha cumplido 40 años, se sacan la foto de cumbre sobre lo más alto del Ayucuraju, a 5647 metros. Tras ellos se perfila la silueta piramidal de otro gran nevado: el Atunraju. La miran, se impresionan, observan por dónde presentará un posible acceso. Es la cumbre virgen más alta de América. ¿Podrán hacer ellos que deje de serlo?


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